Tendemos a pensar en septiembre como la solución a todos nuestros problemas, como el botón de RESET del ser humano. Si he comido mucho durante el verano, “en septiembre me pongo a plan”; si lo mío es hacer el vago, “en septiembre me organizo” y si mi casa parece la habitación de un quinceañero cuando sus padres se van de vacaciones, “en septiembre hago limpieza”. Septiembre es la toma de contacto con el mundo real, algo que arrastramos desde la infancia cuando escuchábamos esa cancioncilla pegadiza de los anuncios del corte inglés, o metíamos la nariz entre las páginas de un libro sin estrenar con olor a incertidumbre, sabiduría y aburrimiento. Cuando se acerca septiembre volvemos a tener diez años y la esperanza de que todo va a salir bien. Recitamos autoafirmaciones: “aprenderé mucho”, “disfrutaré de mis amigos”, “aprovecharé cada momento como si fuera el último”, y a la semana llega nuestro Yo adulto para darnos un bofetón a mano abierta. Pero nos da igual, por un momento volvemos a conectar con nuestro niño interior y nos sentimos más vivos. Pensémoslo, septiembre nos carga las pilas, es el verdadero 31 de diciembre. En septiembre el contador se pone a cero, fin de año es puro trámite, un número en un papel, una segunda oportunidad para los que no aprobaron todo en junio y quieren pasar página… o ahogar sus penas entre copas de cava y chupitos de licorcafé. Septiembre es el nuevo enero.
Pero cuando tu vida es un caos durante todo el año, septiembre no lo va a cambiarlo por arte de magia, eso es como apuntarte a un gimnasio y esperar sentado a que aparezcan los abdominales. Septiembre ayuda, pero tienes que poner de tu parte. Ayer mismo, mientras intentaba entrar en la dinámica de reinicio, decidí hacer limpieza de cajas para organizar mis ideas. Cajas que guardaban mis zapatos y ahora guardan mis logros, mis locuras, mis meteduras de pata y polvo, cantidades ingentes de polvo. Abrí una de ellas para encontrarme con una boda de ácaros que bailaban la conga desde las entradas del concierto de Muse hasta los restos de un elefante de porcelana que saltó desde la estantería. Resulta irónico que los centinelas de tus recuerdos sean una panda de bichos que te producen alergia. Debí captar el mensaje y cerrar la caja, pero decidí regalarles un vuelo gratuito hacia su luna de miel a golpe de soplido y seguir indagando en el pasado.
Mientras paseaba por memory lane me tropecé con una foto del año 2009, del día en el que acabamos el instituto. Parecíamos un anuncio de colgate y el “antes” de cualquier programa de asesoramiento estilístico. Muchas de esas caras ahora son solo eso, caras, pero otros siguen siendo los amigos con los que fantaseaba sobre apartamentos contiguos en un edificio de NY, mientras recitábamos la coletilla de “Como en aquel capítulo de Friends”. Son amigos que hoy en día se han ido a vivir fuera, están trabajando, han encontrado pareja, saben combinar colores y visten con ropa de su talla. Son personas independientes y funcionales, dentro de lo funcional que se puede ser hoy en día. Con esa foto en la mano volví a ser aquel niño de diez años, pero con la visión de un adulto de veinticinco, un niño que vive con y de sus padres, que no tiene un trabajo, que se esconde detrás de una pantalla viendo series por miedo al fracaso y que intenta encontrarse a sí mismo limpiando el caos de cajas de su armario. Los ácaros eran una señal, debí cerrar la caja cuando tuve oportunidad.
Por cosas como esta evito hacer limpieza, remover la mierda no es una actividad agradable, aunque sí recomendada. Dicen que hablar ayuda en estos casos. Los que tienen amigos se desahogan con ellos a cambio de un café y reciprocidad, mientras los que tienen dinero lo hacen con un psiquiatra a cambio de financiar su nuevo BMW. Pero, ¿sirve de algo desnudarse así ante otra persona? La respuesta es sí, sirve, aunque como mucho te quedas en ropa interior. No somos totalmente sinceros con nadie. Evitamos temas, evitamos expresiones, somos unos censores del pensamiento y unos fingidores natos. ¿Por qué? ¿Por qué nos cuesta tanto encontrar a una persona con la que ser nosotros mismos?
Entonces volví a echar un vistazo a la caja y cogí en mi mano los restos de la figurita del elefante. Lo entendí. Eso es lo que nos pasa. “The Elephant in the room” pensé, en cada conversación existe un gran elefante del que no se habla y nunca se hablará, aunque sospeches o sepas con certeza que está ahí, lo ignorarás por miedo a que se quede y tengas que cargar con él en brazos el resto de tu vida. Pobre elefante.
Ese elefante es el único con el que te desnudas por completo, ese elefante es el que conoce todos tus secretos, el que sabe que fuiste tú el que metió mierda entre tus amigos, el que sabe que te identificas con el personaje de moral despreciable de las películas, el que sabe que el 40% de un “me alegro mucho por ti” es pura envidia, el que sabe que mantienes conversaciones con un calcetín a modo de marioneta. Ese elefante. El que lo sabe todo sobre ti y no te juzga, el que ha visto lo mala persona que puedes llegar a ser y el que conoce toda esa locura que intentas ocultar bajo un velo de seriedad e integridad. Ese elefante. ¿Es que nadie piensa en sus sentimientos? Ese elefante es tu mayor aliado, tu amigo más fiel y tú lo ignoras.
Tras esa Epifanía comencé una búsqueda exhaustiva de mi elefante personal. Ahora entiendo como se sintió Harry Potter cuando descubrió su Patronus. Por fin había encontrado a alguien con quien mantener conversaciones sin parecer un psicótico narcisista que habla con un espejo pero teme la imagen de vuelta. Esa foto de 2009 fue el empujón necesario para darme cuenta de que necesito ese botón de RESET para interactuar con el mundo. Al final lo de la limpieza no fue tan mala idea. Necesito ordenar mis ideas, aprender a soportarme y aceptarme a mi mismo, pero como ni yo mismo me soporto, siempre me quedará el Elefante. He contactado con él y le he dicho que no se preocupe, que compartiré todo aquello que ronde mi cabeza por muy disparatado que sea. Aunque que me pese, todos esos pensamientos forman parte de mi y me hacen ser quien soy. Me ha dicho que bien, que vale, que le parece perfecto cargar con mis locuras, es un elefante con hambre de información, pero también me ha dicho que cree que va a ser mejor esperar un poco y empezar en Septiembre.