A un minuto de la hora prevista el general mandó un aviso a sus tropas: “Aborten misión, regresen al campamento”. Las interferencias de una de las radios alertaron al enemigo dejando su estrategia al descubierto. No era un caso aislado, en menos de un mes tres misiones se habían venido abajo por el mal funcionamiento del plan tecnológico implementado por la División. Gafas de visión nocturna con cristales tintados, trajes isotérmicos causantes de quemaduras de segundo grado, por no hablar de los continuos cruces de líneas que permitieron a los soldados aprender la receta de las galletas con chocolate y canela que escondía el general en su tienda, al conectar a la madre de este con el equipo de asalto en plena misión de rescate. Ahora la base cuenta con provisiones de galletas para los próximos veinte años, pero las coordenadas del objetivo siguen siendo un misterio.
Allen “el hippy", una de las últimas incorporaciones al equipo, no estaba dispuesto a perder más tiempo en esa locura de campamento por lo que decidió tomar el mando de la misión. Algo insólito en él ya que siempre evita involucrarse en cualquier tipo de operación que se realice. El motivo principal es que llegó al ejército por un malentendido, uno de los reclutadores envió las firmas de una petición de su hija para salvar a la foca gris, en vez de la lista con los nuevos cadetes para los equipos de asalto, y aunque lo intentó por todas las vías existentes, Allen no pudo librarse de servir. Desde su llegada al campamento su principal misión fue leer guías de viajes y biografías de Buda y negarse a pisar el campo de batalla alegando ser un pacifista amante de lo analógico.
Estaba harto de tanta violencia, quería volver cuanto antes a casa para terminar de organizar su visita al Ártico el próximo invierno. No necesitaban armas, ni gafas, ni radares para entrar en aquel lugar, él tenía un plan mejor: entrar, negociar y salir; violencia cero. Ignorando las burlas de sus compañeros de pelotón, que aceptaron su plan solo "por las risas", se dirigió a la entrada de la fortaleza enemiga vestido de paisano, desarmado y con un bote misterioso que le llegaba hasta las rodillas. Confiaba en su plan, era el único que lo hacía.
El equipo mantenía las distancias y el dedo pegado al gatillo preparados para intervenir. Allen estaba muy seguro de si mismo y avanzaba sin temor hacia el objetivo. Al llegar a la entrada agarró el bote con una mano y con la otra llamó a la puerta. Un soldado enemigo, armado hasta los dientes, miró a través de una rendija y preguntó: “¿Quién es?”, a lo que Allen respondió sentenciando: “YO, abre”. El inmenso portón que separaba a los dos ejércitos comenzó a abrirse dejando el hueco necesario para que entrase el soldado. Tras cinco minutos de calma, el enemigo se asomó a una de las ventanas para colgar lo que parecía ser una sábana blanca con un mensaje pintado en azul petróleo, el general se puso las gafas de lejos y pudo leer: “ TODO EN ESTA VIDA ES NEGOCIABLE. VENID CON CALMA... Y TRAED GALLETAS. SIN GALLETAS NO HAY TRATO.
FIRMADO: EL ENEMIGO”.